Robert Redford fue, durante más de medio siglo, uno de los grandes rostros de Hollywood y también una de sus conciencias más lúcidas. Actor, director, productor y activista ambiental, su figura marcó a varias generaciones de espectadores que lo vieron como el epítome de la elegancia, el talento y la integridad artística. Su muerte deja un vacío en la historia del cine, pero también un legado que seguirá iluminando la pantalla y el debate cultural.
Nacido en Santa Mónica, California, en 1936, Redford creció en un hogar de clase trabajadora y atravesó momentos difíciles en su juventud, incluidos problemas de alcohol y un paso errático por la universidad. Fue el arte, primero la pintura y luego el teatro, lo que lo rescató y lo condujo al camino del cine. Tras su formación en Nueva York, comenzó a trabajar en televisión hasta que Hollywood lo convirtió en una estrella indiscutida de los años sesenta y setenta.
Su primera gran consagración llegó con “Butch Cassidy and the Sundance Kid” (1969), donde junto a Paul Newman dio vida a una dupla inolvidable. Ese carisma compartido volvería a brillar en “The Sting” (1973), película que ganó el Oscar a Mejor Película y consolidó a Redford como un ícono popular. Su rubia melena, sonrisa despreocupada y presencia magnética lo convirtieron en símbolo de un Hollywood en transformación, entre el clasicismo y la rebeldía de la nueva generación.
Más allá de su atractivo físico, Redford buscó personajes con matices y contradicciones. En “Jeremiah Johnson” (1972) encarnó al hombre solitario en lucha con la naturaleza; en “The Way We Were” (1973) protagonizó, junto a Barbra Streisand, un romance que todavía emociona por su melancolía. Pero fue en “All the President’s Men” (1976) donde asumió un papel que marcó la memoria colectiva: el periodista Bob Woodward, que junto a Carl Bernstein (Dustin Hoffman) destapó el caso Watergate. Esa película, impulsada y producida por el propio Redford, mostró su compromiso con la verdad y la democracia en plena crisis política estadounidense.
En los años ochenta, Redford se volcó a la dirección con notable éxito. Su debut como realizador, “Ordinary People” (1980), ganó el Oscar a Mejor Película y le dio a él mismo la estatuilla a Mejor Director. Más tarde llegarían títulos como “A River Runs Through It” (1992), que lanzó a la fama a Brad Pitt, y “Quiz Show” (1994), una crítica a la manipulación televisiva. Su cine como director se caracterizó por el humanismo, la elegancia narrativa y un tono crítico hacia los excesos del poder.
Pero Redford no fue solo cine. Fundó en 1981 el Sundance Institute, que derivó en el Festival de Sundance, la plataforma que impulsó al cine independiente estadounidense y dio visibilidad a talentos como Quentin Tarantino, Steven Soderbergh y Damien Chazelle. Gracias a ese impulso, Sundance se convirtió en sinónimo de autenticidad creativa y resistencia al dominio de los grandes estudios.
En su vida personal, Redford mantuvo un perfil relativamente discreto. Se casó en dos ocasiones y fue padre de cuatro hijos, aunque la tragedia lo golpeó con la muerte temprana de uno de ellos. Sus últimos años estuvieron marcados por la dedicación al activismo ambiental y a la preservación de los paisajes del oeste norteamericano, un compromiso que reflejaba la conexión espiritual con la naturaleza presente en muchas de sus películas.
Su despedida de la actuación llegó con “The Old Man & the Gun” (2018), donde interpretó a un encantador ladrón de bancos. Fue un adiós en sintonía con su carrera: elegante, carismático y con un guiño a la leyenda construida décadas atrás.
Robert Redford fue más que un actor: fue un símbolo cultural, un hombre que supo conjugar compromiso, éxito comercial y riesgo artístico. Su obra, tanto frente a cámara como detrás, quedará como testimonio de una época y como inspiración para las generaciones que buscan en el cine no solo entretenimiento, sino también verdad y sentido.
por R.N.