Hallan otro vestigio de la presencia de los incas en Mendoza hace cinco siglos

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Un nuevo hallazgo arqueológico en la zona del cerro Aconcagua refuerza la hipótesis que sostiene que, entre los siglos XV y XVI, el imperio Inca extendió su influencia hacia el sur del continente, al menos hasta el actual territorio de Mendoza, con el fin de ampliar sus rutas de tránsito comercial, encontrar tierras prósperas para sus cultivos o practicar rituales.

La primera señal en este sentido fue advertida en 1985, cuando un grupo de montañistas se topó con el cuerpo de un niño enterrado bajo el ritual de capacocha (una ceremonia de gratitud al sol que se realizaba durante la época de las cosechas) en la montaña más alta de América, a 5.300 metros de altura.

Esta vez, el investigador y pintor Miguel Doura -famoso en el círculo de escaladores del mundo por haber creado la sala de arte más alta del mundo sobre el Aconcagua- descubrió los restos de un pircado.

Científicos de Cuyo y el norte de la región cordillerana procuran ahora desentrañar el origen y la función asignada a este típico muro que los pueblos prehispánicos andinos levantaban con piedras sueltas encajadas y rellenaban con argamasa.

La formación de piedras está orientada hacia el sitio de la puesta del sol durante el solsticio de diciembre.

Se trata de un “doble lienzo” conformado por dos paredes de unos 45 metros de largo y 70 centímetros de alto que se conserva en una zona de acceso dificultoso incluso para los propios andinistas: sobre un faldeo del oeste de la montaña, en las nacientes del glaciar Horcones Superior y a mitad de camino entre el campamento base de Plaza de Mulas y un hotel que tuvo anuncios prometedores y una vida fugaz entre su inauguración en 1991 hasta su cierre en 2013.

Esa ubicación, a 4.350 metros sobre el nivel del mar, está localizada al margen de los tradicionales senderos del Camino del Inca orientados hacia el venerado apu (“cerro sagrado”, según la cosmovisión andina) y sus nieves eternas.

“Los expertos en la materia están abocados a estudiar este conjunto de pircas, para poder determinar si tenían un sentido religioso o se utilizaban como un lugar de descanso y refugio para los agricultores y sus llamas. Es muy llamativo que de la alineación de piedras sobresalen algunos ángulos que apuntan hacia el sitio de salida y puesta del sol en las fechas de los solsticios de invierno austral, el Inti Raymi de los pueblos que aún hoy preservan sus lenguas quechua y aymara”, explica Doura.

El sitio arqueológico fue detectado en una zona de difícil acceso del Valle Sagrado de Los Horcones.

El pintor habla con la autoridad que le confiere el hecho de estar instalado desde hace 23 años en lo alto del Aconcagua en su doble rol de artista plástico e integrante del equipo de investigación del arqueólogo Christian Vitry, docente de la Universidad Nacional de Salta, director del Programa Qhapaq Ñan de esa provincia y también a cargo del Museo de Arqueología de Alta Montaña en la capital de esa provincia del NOA.

Hace dos años, Oscar “Tato” Mayorga, bombero de la Patrulla de Rescate de Mendoza y avezado escalador con casi cincuenta ascensos exitosos hasta la cima del Aconcagua, divisó por primera vez la formación de piedras de Plaza de Mulas y advirtió de la novedad a Doura.

Mayorga señalaba un sitio casi intransitado bien al fondo del Valle Sagrado de Los Horcones, casi oculto entre los cerros sacralizados que elegían las culturas precolombinas para practicar el rito capacocha (el milenario sacrificio de niños con ajuares), una costumbre ancestral detectada en el Aconcagua cuatro décadas atrás o en la zona de Puente del Inca, donde los investigadores reconocieron ofrendas al sol en forma de estatuillas.

El hallazgo se produjo cerca del campamento base Plaza de Mulas y de un hotel inaugurado en 1991 y abandonado desde 2013. Foto de Marcelo Ferreiro

Hasta que saliera a la luz el último descubrimiento, el Qhapac Ñan -el sistema vial andino incaico- se circunscribía a la traza de dos rutas paralelas que bajaban de norte a sur a los dos lados de la Cordillera unidas por la actual ruta 7, el Camino de Altas Montaña de Mendoza a Chile, que corre a pasos de la cara sur del Aconcagua.

A lo largo de ese fatigoso trayecto de miles de kilómetros, los incas instalaron tambos, pequeños espacios cerrados para albergar a los viajeros o brindar una escala a los chasquis y sus animales.

La línea de pircas está conformada por piedras sueltas encajadas y unidas por argamasa.

Es posible que el suelo mendocino pueda deparar otras sorpresas a los pies de las altas cumbres -intuyen los científicos y la multitud de escaladores que se anima a desafiar al Aconcagua-, para terminar de completar el gigantesco mapa de la civilización incaica en el Cono Sur.

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