Homo sapiens, el animal que todo lo extingue

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El ser humano destruye todo a su paso y ello no representa ninguna novedad. De hecho, el deterioro de la Tierra y el agotamiento de los recursos implican el principal pretexto de la conquista de nuevos mundos que desde hace décadas los multimillonarios sueñan con alcanzar. No en vano esta época fue denominada Antropoceno, precisamente, como una manera de llamar la atención sobre el impacto de las personas sobre su entorno. Sin embargo, la crisis de la extinción actual no tiene precedentes: las sociedades no solo barren con el número de especies, sino que arrancan de raíz ecosistemas enteros.

Un sugestivo artículo en la revista Science refiere que, en los últimos 130 mil años –desde el momento en que el homo sapiens comenzó a expandirse– se extinguieron 610 especies de aves como mínimo y de qué manera, de cara a los próximos dos siglos, podría ocurrir lo mismo con 1300 más. Lo que esta investigación encabezada por un equipo de la Universidad de Birmingham y del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF, de España), permite entrever es que, de frente a lo que viene, no solo se achicará la biodiversidad de la fauna, sino también se perderán funciones ecosistémicas cruciales como la polinización y el control de plagas.

Si las aves que se alimentan de insectos un día desaparecen: ¿qué sucederá con las poblaciones de insectos? Si aquellas que viven a expensas de otros animales muertos ya no están en este planeta, ¿qué sucederá con el proceso de descomposición? ¿De qué manera podría verse afectado de aquí en adelante el reciclaje de nutrientes?

José Sarasola, doctor en Ecología e Investigador Principal del Conicet, hilvana una respuesta ante tantos interrogantes. “Un ecosistema es un motor y una especie es una pieza. Probablemente, si se nos pierde alguna pieza, como un tornillo o una tuerca, al principio no lo notemos, pero luego sí se haga evidente. Los roles que las especies cumplen en los ecosistemas son claves y muchas veces no tienen reemplazo, sobre todo, por la velocidad con la que están sucediendo las extinciones. En el Antropoceno parece no haber tiempos evolutivos necesarios para el restablecimiento ecosistémico, a diferencia de otras extinciones masivas en el pasado que sí lo permitían”.

Los cálculos también indican un dato importante: en los próximos 200 años se perderá más del doble de lo resignado durante los cientos de miles de años precedentes. Estos números, según estimaciones, representan una pérdida ya consolidada del 20 por ciento de la diversidad que caracterizaba a esta clase de animales; y un 5 por ciento de los linajes, es decir, de especies distintas pero con un ancestro en común. Casos como las denominadas aves elefante de Madagascar, o bien, las moas que habitaron Nueva Zelanda resultan emblemáticos

Sarasola cuenta sobre ello: “Además de los ejemplos que se mencionan en el artículo, está el caso de la paloma migratoria (también conocida como paloma de la Carolina). Representa el declive poblacional más rápido de una especie silvestre: pasó de ser la especie de ave más abundante en Norteamérica a la extinción total. De hecho, hay registros que indican que el cielo se ponía negro de tantos ejemplares que se podían encontrar”. Este animal sufrió los efectos de la colonización europea, la tala de bosques en donde estas palomas se criaban y una caza indiscriminada. Y continúa: “En la actualidad, hay muchas especies en riesgo por la acción del hombre, sea por la alteración de su habitabilidad, o bien, por factores de mortalidad que el ser humano agrega a las causas naturales de muerte”.

Islas y calentamiento global

Según el estudio, de todos los ambientes, el más complicado son las islas. Del total de especies extintas hasta el momento, el 80 por ciento habitaban en porciones de tierra rodeadas por agua. Las especies exóticas introducidas por los humanos suelen ser determinantes para su eliminación, porque como están en islas no logran escapar y asentarse con éxito en otras latitudes. También, se debe considerar el principal problema estructural de esta época: el calentamiento global, que afecta a las aves y también al resto de las especies. Los eventos como sequías e inundaciones no solo son más pronunciados sino también más recursivos. Hacia mediados del 2200, las proyecciones realizadas por los científicos a cargo destacan que alrededor de mil especies insulares más podrían dejar de existir.

Para poder arribar a estas aproximaciones, los investigadores utilizaron material de aves disecadas de museos europeos, examinaron registros arqueológicos y fósiles. Meteoritos y volcanes, en el pasado, provocaron las extinciones masivas documentadas a lo largo de la historia. Sin embargo, aunque estos fenómenos ya sucedían sin la presencia del ser humano, la situación para muchos ejemplares se agravó de manera notoria a partir del momento en que ese mono erguido con pretensiones de dios comenzó a expandirse por todos los rincones del mundo.

Así fue como la caza y la introducción de especies invasoras y mascotas después (como los gatos) comenzaron a recortar la riqueza previa. Una época álgida de desapariciones coincidió con la expansión colonial de los europeos hacia tierras vírgenes e islas inexploradas anteriormente. De hecho, hay quienes dicen al interior de la comunidad científica que la actual es la sexta extinción masiva y el ser humano es su principal responsable. Con esta idea en mente, los científicos ofrecen un escenario prospectivo alarmante atravesado por el protagonismo de un ser humano totalmente desconectado de la naturaleza de la que forma parte. La dicotomía hombre-naturaleza planteada por el pensamiento cartesiano hacia el siglo XVII parece haber adquirido toda su razón de ser en esta parte del siglo XXI. No solo el ser humano transforma su casa, sino que acaba con ella.

Esta clase de trabajos arroja luz para determinar futuras estrategias de conservación y equilibrio de ecosistemas. En esta línea, Sarasola destaca: “Hay medidas para frenar este conflicto, pero se tienen que tomar muy rápido, porque de lo contrario no habrá vuelta atrás. Como casi toda la extinción tiene que ver con responsabilidades humanas, se necesitan transformaciones en nuestros hábitos, formas de producción, en considerar al ambiente cada vez que se inicia una obra de infraestructura. El optimismo de que la cosa va a cambiar debe estar alimentado de opciones concretas”.

Otros vuelven a la vida

Lo paradójico de esta época es que mientras algunos desaparecen, otros vuelven a la vida sin sentido aparente. A comienzos de 2023, la empresa biotecnológica Colossal Biosciences anunció una noticia que sacudió al mundo científico. Su propuesta es de-extinguir al dodo, una especie de pájaro no volador que vivió en la Isla Mauricio (África) y se extinguió hacia el siglo XVII. El caso es un ejemplo de acción directa de los seres humanos ya que, con la domesticación de ciertos animales, los nidos de estas aves comenzaron a desaparecer. La de-extinción es el proceso inverso a la extinción. En concreto, se utilizan las tecnologías de ingeniería genética para volver a la vida rasgos de especies ya extintas, con el propósito de restablecer ecosistemas.

¿Cómo resucitarían a este curioso ejemplar? A partir de una jugosa inversión del orden de los 225 millones de dólares, los científicos hallaron la respuesta en la paloma de Nicobar. La compañía planea aislar y cultivar células productoras de esperma y óvulos para luego editar las secuencias de ADN que coincidan con las del dodo. Las nuevas células se insertarán en una especie de ave sustituta para generar animales quiméricos, aquellos con ADN de ambas especies pero que producen óvulos y espermatozoides parecidos a los de un dodo. Estas células darían lugar a una animal mezcla de dodo y paloma.

La de-extinción, sin embargo, no solo es cosa de aves. Aún goza de popularidad el proyecto que lleva adelante la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, en relación a “resucitar” al mamut lanudo. Una especie que habitó Asia y Europa hace 6 mil años, y que podría volver a existir a partir de las bondades de la puesta en marcha de las tijeras genéticas, mejor conocidas como Crispr-Cas 9 (método por el cual Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna obtuvieron el Nobel de Química en 2020.).

En medio de iniciativas como las de-extinciones se introducen dilemas éticos tan sencillos como potentes. ¿Por qué traer especies ya extintas a un escenario poco amigable? ¿No se estaría subvirtiendo el proceso evolutivo que, precisamente, contempla la extinción como un eslabón más en la cadena de sucesos para las diferentes formas de vida en la Tierra? En definitiva, ¿qué ocurre cuando la ciencia también responde a proyectos irracionales?

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